Un día en el Lago Eyasi, con los Hadzabe y los Datoga
En los 11 años que llevo escribiendo en este blog jamás me había encontrado en la situación en la que me encuentro hoy. Han pasado 5 meses desde nuestra visita a los Hadzabe del lago Eyasi, y aún soy incapaz de procesar todo lo que vivimos ahí, y por tanto incapaz de contarlo.
Soy una persona que me siento tremendamente incómoda ante la visita a tribus, sobre todo cuando son tan ancestrales, y aquel día me había levantado así de mal, con una sensación de ir a meternos donde nadie nos llamaba. Siempre me ha parecido que interrumpir en una población así, con sus creencias, con su estilo de vida prácticamente inalterado, no tiene que ser cómodo para ellos y ni mucho menos para mi. Pero lo que encontramos aquel día allí, me dejó totalmente paralizada. Fui incapaz de sacar fotos ni grabar videos. Estaba impactada. Y aún hoy, 5 meses después, no se ni como contarlo. Pero allá vamos.
Viaja con nosotros
Este viaje «Gran Ruta Norte de Tanzania» se desarrolló tal y como lo estáis leyendo durante el mes de Septiembre del año 2021, en uno de los viajes que realizamos bajo el concepto «Viaja con nosotros». Desde hace años ofrecemos la posibilidad a nuestros lectores, seguidores de redes sociales y clientes de la agencia de viajes a acompañarnos. Y este fue nuestro tercer «Viaje con vosotros».
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Despertando en el Lago Eyasi.
Habíamos pasado la noche en un pequeño hotel con vistas al lago Eyasi. El atardecer del día anterior había sido tan increíble que creo que no nos hubiésemos imaginado jamás que esta zona del interior de Tanzania, podría parecerse más a una playa del caribe que a un entorno de selva en un lago salado.
Tocaba un madrugón más, el último del viaje. Era nuestro último día en ruta. Después de visitar a los Datoga y a los Hadzabe, podríamos rumbo a Arusha para pasar ya, las dos últimas noches del viaje.
Todavía no había amanecido cuando, sin desayunar, salimos al encuentro de los Hadzabe. Queríamos ver el inicio de su vida, cuando más actividad desarrollan, ya que entre otras cosas tienen que salir a cazar para dar de comer a sus familias. Así que no eran ni las 6:30 de la mañana cuando nuestro coche, paró en el medio de la nada y nos bajamos.
En aquel momento solo pensé que era imposible que allí hubiese un pueblo, puesto que era semejante a que nos hubiesen dicho en el medio de Serengeti «bajad que nos vamos a ver a un pueblo masai». Aquí no parecía haber nadie, ni vivir nadie. Un terreno de lo más árido, con árboles que no parecían tener ni una sola hoja, y acacias llenas de pinchos. Así que ojo con donde ponemos los pies, las manos y el cuerpo entero.
La llegada a un pueblo Hadzabe.
Pero de repente, bajamos una pequeña cuesta, dimos la vuelta a unos matorrales, y allí, a la sombra de un gran baobab, estaban ellos. Un grupo de hombres, sentados haciendo coro, vestidos en parte que con ropa occidental, en parte con pieles. Llevaban arcos y flechas en las manos y se levantaron al vernos llegar.
Habíamos pasado todo el camino desde nuestro hotel, repitiendo una y otra el vez el saludo en idioma Hadzabe, con chasquidos, pero inevitablemente, no fui capaz de decir absolutamente nada. Me quedé impactada desde el primer momento.
Rubén fue el primero que empezó con los saludos. Parecía hacerlo bien porque se sorprendían mucho. Luego siguieron por los demás, y acabaron en mi misma, que solo pude sonreír y ponerles el puño para saludar.
Los minutos iniciales fueron un auténtico torbellino, pero no solo por las emociones que se despiertan cuando llegas a un sitio así, sino porque ellos mismos era una auténtica revolución. Sobre todo el jefe de la tribu. Cuando todo se fue relajando, miro hacia Rosa ,que la tenía al lado y me susurra: «Están fumados». Y si, efectivamente no hizo falta mucho más para darnos cuenta del motivo del porqué tenían la energía a esta temprana hora de la mañana por las nubes. No paraban de fumar porros, uno tras otro.
Una charla con el jefe Hadzabe.
Así que quizá esto nos diera también pie a relajarnos un poco, sobre todo yo que me encontraba tensa con la situación. Buscamos un sitio donde apoyarnos, mientras escuchábamos, chasquido tras chasquido lo que el jefe nos tenía que contar. Quizá todo lo que pasó entonces deba quedar un poco para la sorpresa de quien visite esta zona y se encuentre con algo totalmente impredecible. Solo os diré que no hacía falta que tuviésemos un traductor, porque el nivel de interpretación del jefe hacía que se entendiese totalmente lo que quería decir.
Esto provocó un montón de risas en un grupo que ya de por si, hace falta poco para que se rían. Esto, las risas, hizo que el grupo hadsabe también se esmerasen mucho más y también ellos se reían sin parar. Ya estábamos todos mucho más relajados, totalmente integrados y dispuestos a pasar un buen rato con ellos.
¿Sabías qué….?
En Tanzania existen más de 120 grupos éticos, que hablan unas 12 lenguas distintas. Las principales son el Bantú, el inglés y el Suajili, aunque el suajili es la lengua oficial. El idioma Hadzabe es minoritario y tienen formas de comunicarse similares a los de otras tribus bosquimanas.
Los hadsabe es una de las pocas tribus que quedan en el mundo que no cultivan ni tienen ganado. Viven de lo que la naturaleza les da. Actualmente quedan unos 1500 hadzabe en las tierras altas de Tanzania, pero no todos siguen viviendo así. Tan solo unos 400 no cosechan ni crían ganado.
Tienen una peculiar forma de comunicarse, a base de chasquidos, y es una lengua que no tiene relación con ninguna otra.
En cuanto a la marihuana, es algo que consumen de forma habitual. Tanto las mujeres, como los hombres y hasta los niños. Los niños empiezan a consumir marihuana desde los 3-4 años. Lo utilizan para conseguir el valor de salir a cazar sin importarles con qué se puedan encontrar (leones, leopardos….) y por sus cualidades curativas y antiparasitarias. O eso dicen.
No cultivan, ni tienen ganado, y por tanto la forma de conseguir puntas de lanza o marihuana, es por medio del trueque. Sobre todo practican trueque con sus vecinos los Datoga, con los que intercambian caza o pieles.
Hay estudios que indican, que por la alimentación que llevan, tienen la flora bacteriana más rica del mundo.
Los hadzabe y la caza.
Los hadzabe deben cazar para alimentarse. Después de un buen rato escuchando la explicaciones del jefe del grupo de los distintos tipos de lanzas que utilizaban para cazar, de las mejores técnicas y sobre las propiedades curativas de las plantas, decidieron que era hora de ponerse manos a la obra.
Nos enseñaron algunos de los cánticos que van pasando de generación en generación, acompañados de un instrumento que parecía un pequeño banjo o algo similar, metidos todos dentro de un gran baobab. Otro momento inolvidable y lleno de risas.
Pero tocaba cazar. Yo me vi, de repente, en una situación que me pareció de lo más surrealista. Sin ni siquiera pensarlo, sin ni siquiera plantearlo, empezaron a correr y nosotros corrimos con ellos. Yo no tenía muy claro qué es lo que estábamos haciendo. Solo corríamos. Me parecía que lo hacíamos sin ton ni son. Ellos corrían más. No fuimos metiendo por entre matorrales y acacias. Cada vez llevaba la chaqueta con muchos más enganchones. A este paso volvía al campamento sin ropa.
En un momento dado me paro. ¿Qué estoy haciendo? ¿Porqué corro? Ni idea. Así que pensé en parar, y en tomármelo con más tranquilidad. El resto del grupo estaba desperdigado por aquel campo seco, lleno de tierra y de plantas que pinchaban.
Vemos aparecer a Carmen con una pequeña brecha en la cara, que a día de hoy, 5 meses después, aún le queda la cicatriz.
En ese momento de descontrol por los campos del Lago Eyasi, los hadsabe cazaron unos cuantos pájaros que un niño que les acompañaba se encargó de custodiar. Pero lo impactante vino cuando aparecen con un pequeño dik dik. Un dik dik es algo parecido a «bambi» pero en pequeño. Mi impacto del primer momento con los hadzabe iba a más. Ahora si, no podía ni mirar.
Ellos estaban como locos de contentos. En un claro en medio de todo aquel secarral. hicieron un pequeño hueco en el suelo, pusieron algo de hojas y ramas secas, y en un momento ¡Fuego! hicieron fuego. De una forma tan rápida que incluso parecía sencillo.
Comiendo con los hadzabe.
Y si, allí mismo en el medio de la nada, se pusieron a descuartizar al pequeño dik dik y a cocinarlo.
Nos acompañaban en la aventura, 6 adultos, un niño y cinco perros. Lo más llamativo de todo fue que los tres perros esperaron pacientemente a que sus amos les diesen algo de comer. Y les dieron a tres de ellos dejando a los demás sin comida (supongo que porque ya habrían comido antes) y éstos, se quedaron sin comida pero sin alterarse ni un momento viendo como sus dos compañeros engullían en menos de un segundo, parte de las vísceras del animal.
Estuvimos un rato contemplando la situación. Lo que realmente estaban cocinando no era la carne del dik dik, sino parte de su interior: corazón, riñones, hígado, incluso el intestino. Allí todo se aprovecha. El resto, se lo llevarían a las mujeres y niños del poblado.
Durante este periodo de cocina del dik dik, ellos seguían fumando porros. Durante todo el proceso de caza, parecía que el subidón de la marihuana se les había pasado en un instante. Y ahora, otra vez, bajo la calma, volvían a fumar y a reír. Y nosotros riendo con ellos. Les hacía muchísima gracia nuestro idioma. Supongo que igual que a nosotros el suyo. Así que iban repitiendo, mientras se reían a carcajadas, el nombre de las distintas partes del cuerpo.
Nos invitan a comer. Yo reusé la invitación pero hubo quien quiso probar. Y lo hicieron. Un poquito para no quitarles el sustento del día. Aquí ya no me lo podía creer. Se habían integrado todos tanto con ellos que no se pensaron ni un momento en aceptar la invitación.
Tras este momento impactante, uno más, regresamos a la zona del gran baobab. Como se debe aprovechar todo, aprovecharon a Rubén y a nuestro guía Said, para cargar con un gran tronco con el que hacer fuego y preparar el dik dik en el campamento.
Las mujeres y los niños Hadzabe
Desde que habíamos llegado a la zona, nos habíamos preguntado dónde estaban las mujeres y los niños. Nuestro guía – traductor, nos explicó que pasan prácticamente todo el día separados. Los hombres cazando y fumando, las mujeres y los niños, cocinando, recolectando, secando pieles con las que hacer trueque.
Nos llamaba la atención también tanto el idioma que le tuvimos que preguntar a nuestro guía, cómo lo había aprendido. Nos contó, que muy pequeño, sus padres lo habían dejado con un grupo de hadzabe con los que creció y aprendió el idioma. Con el tiempo él volvió a su antigua vida, pero siempre regresa en cuanto puede, a visitarles, y así es como sigue manteniendo vivo el idioma que aprendió de niño.
Llegamos a un campamento donde había varias casas de paja distribuidas entre unos cuantos árboles. Allí si que estaban las mujeres y los niños, que salieron todos a saludarnos. Aquí yo ya estaba mucho más relajada, después del impacto de lo que habían sido las últimas horas.
Muchos niños y adultos llevan unas marcas debajo de los ojos. Esto no es otra cosa que cuando son pequeños, si el niño llora mucho, les hacen unos cortes debajo del ojo. Cuando el niño llora, las lágrimas hacen que les escuezan las heridas, de forma que saben que cuanto más lloren más les dolerá y dejan de llorar. A partir de este momento me iba fijando en la cantidad de ellos que tienen estas marcas bajo los ojos.
Aprendiendo a usar el arco y las flechas.
Nos invitan a usar el arco y nos vamos a una explanada donde tienen preparados unos grandes troncos y ahí hicimos nuestra práctica de tiro con arco. A unos se nos daba mejor que a otros.
Acompañamos a un niño que no tendría ni dos años para con su madre. El uno de los hijos del jefe y llevaba un cascabel en el tobillo. También preguntamos por eso y parece ser que les ponen el cascabel para saber en todo momento donde están y si se pierden poder encontrarles.
Desayunando bajo la sombra de un baobab.
Después de esto, nos despedimos y nos fuimos directamente a desayunar. Después de estas horas tan intensas, el cuerpo nos pedía comer, aunque intenté quitarme de la cabeza las imágenes de lo que habíamos vivido con el dik dik poco antes.
Desayunamos bajo la sombra de un gran baobab, recordando los momentos más estelares de lo que acabábamos de pasar. Lo que si os puedo decir es que la mayoría de lo que vivimos allí no está reflejado aquí. Creo que eso es para vivirlo en persona y que nada de lo que yo os pueda contar en estas líneas puede asemejarse en nada a lo que vivimos con los hadzabe este día.
Lo Datoga. Tribu de herreros y guerreros.
A diferencia de los Hadzabe, los Datoga si cultivan y tienen ganado. Se les considera los principales enemigos de los Masai, como contamos en el artículo sobre los asentamientos humanos del Ngorongoro.
Se dice que provienen del sur de Sudán y la parte occidental de Etiopía. Su nombre en lengua Masái es Mangati, que significa «enemigo».
Sobreviven de la agricultura, la ganadería y la caza. A día de hoy son los principales herreros de la zona del Lago Eyasi. Aunque siempre utilizaron minerales de la naturaleza para forjar sus puntas de lanza, en la actualidad son recicladores y buscan aquello que otros no quieren para moldearlos a su gusto (cobre, cables, restos de materiales metálicos de todo tipo…)
Cuando llegamos al poblado, esta vez fueron las mujeres las que nos salieron a recibir y fueron las que nos invitaron al interior de una de sus casas, mucho más grandes y mejor construidas que las de los Masai e infinitamente más que las de los Hadzabe.
En el interior todos tomamos asiento, incluidas las mujeres, que se pusieron a cantar mientras nos enseñaban como moler, con dos piedras, el maíz. Intentamos hacerlo todos, y nos esforzamos por conseguir una buena harina para el grupo.
Después salimos y fuimos a ver como construyen las puntas de lanza. Aquí nos reciben dos chicos, que nos enseñan como reciclan materiales metálicos, los funden allí mismo, hacen palitos de metal, que después a base de moldearlos sacan puntas de flecha con los que comercian, principalmente por trueque, con sus vecinos Hadzabe.
Comiendo con vistas al Lago Eyasi
Tras dejar atrás la zona de las etnias del Lago Eyasi, regresamos a nuestro hotel. Ya teníamos preparada nuestra mesa en la terraza superior con vistas al lago Eyasi, y allí, todavía impactados por lo que vivimos este día, disfrutamos de nuestra última comida de safari. Nos tocaba regresar a Arusha. Lo hacíamos con pena pero con un montón de nuevas vivencias para contar y recordar, y que estoy segura que perdurarán en nuestra memoria hasta el fin de nuestros días.
Viajes así no se pueden olvidar.
Regreso a Arusha
Pusimos rumbo a Arusha, pero como Said sabía que queríamos hacer algunas compras, paramos por el camino en una especie de centro comercial de artesanos, por llamarlo de alguna manera, que tenía un poco de todo. Allí dimos unas cuantas vueltas, hicimos algunas compras y regresamos a Arusha.
Cena en el hotel bajo risas incontrolables.
En la cena en nuestro hotel, cena que teníamos incluida, vivimos un momento totalmente fuera de lo normal. Aquí fue donde fuimos conscientes de todo lo que había ocurrido durante el día, y aquí fue donde yo por fin salí de mi asombro.
Hasta este momento todavía seguía un poco paralizada. Os puedo asegurar que todo lo que viví con los hadzabe fue tan incomprensible, tan abrumador, que no pude sacar fotos ni videos como me hubiese gustado. Y durante la cena, con la gran explicación y recreación que nos hizo Rubén de todo lo que había sido la visita, empecé a reírme sin parar, y a día de hoy, recordar este día, me vuelva a hacer llorar de risa.
Terminamos un día, nuestro último día de safari, pero aún nos quedaban dos noches y un día y medio para disfrutar de Arusha y de las últimas compras del viaje.
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