Comenzaba nuestro primer día de safari en Kenia. Tocaba madrugar, pero lo hicimos de muy buena gana y con una enorme sensación de felicidad. Hoy empezaba la parte del viaje que más ilusión nos hacía, esa parte tan distinta a todo lo que habíamos visto y vivido hasta entonces. Hoy nos dirigíamos a las tierras altas de Kenia, y visitaríamos el Parque Nacional Aberdare.
David, el mejor guía que nos pudo haber tocado.
Después del copioso desayuno que nos metimos en el Sarova Panafric de Nairobi, nos dirigimos, puntualmente a las 8 de la mañana, a la recepción del hotel, donde nos esperaba nuestro guía, el que se convertiría en un amigo y en casi de la familia, durante los siguientes 7 días de viaje, los 7 días que pasaríamos recorriendo algunos de los más importantes parques nacionales de Kenia. Nos presentamos ante David, un chico de la etnia Kikuyú, aquellos que llevaron a los keniatas de nuevo a la libertad y independencia de los ingleses, y que en el viaje hacia el Parque Nacional Aberdare nos contó muchas cosas sobre su familia, sobre uno de los principales cultivos de esta zona, el café y sobre la más reciente historia de Kenia. David es un chico avispado, y sobre todo, curioso. Habla perfectamente español y cuando hay alguna palabra que desconoce te dice que se la escribas en una libreta ya muy usada, con las hojas dobladas y con palabras sueltas distribuidas entre sus hojas. David es amable y cordial y tiene esa actitud que reconocimos entre todos los keniatas, tan cautos y precavidos, que a veces, por no molestar, ni hablan. A David le gusta su trabajo, se nota cada vez que nos cuenta una anécdota de sus viajes por Kenia, o cada vez que intenta enseñarnos alguna palabra en Suajili. Le encanta hacernos reír y sobre todo, le encanta conocer detalles de nuestra vida en España, de nuestra historia y de nuestras costumbres. Si él nos contaba algo sobre su país, a continuación nos preguntaba algo sobre el nuestro. El viaje con él fue maravilloso y guardamos muy buen recuerdo de sus palabras, de sus gestos y de todo el tiempo que pasamos a su lado (que fue mucho).
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Realizamos viajes a distintos destinos con la intención de traer información fresca, y en algunos casos contactos, con lo que poder trabajar en un futuro (guías, agencias locales…) evitando de esta manera los intermediarios
Y si hay algo que debemos mencionar de él, es que durante estos 7 días que pasamos a su lado, nos hizo vivir momentos de muchísima emoción. Después de haber pasado estos días con él podemos decir, que es un guía excelente, que se empeñó en ensañarnos todo lo que yo quería ver y hasta que no lo consiguió no paró. Además, se salió de las rutas y horarios establecidos y si sabía que había algún animal en algún sitio, no dudaba ni un segundo en aumentar los horarios de los safaris para que así pudiésemos verlo todo. Pero todo esto os lo contaré en su momento, cuando llegue el día. Ahora nos vamos hacia el Parque Nacional Aberdare.
Camino hacia el Parque Nacional Aberdare.
Metimos nuestras mochilas en el coche, y aquí llegó la primera sorpresa. Nosotros habíamos reservado un viaje en furgoneta 4×4, que es más barata que el coche, y nuestra sorpresa llegó cuando vimos que nos habían puesto un coche 4×4 para nosotros solos. Aquí íbamos a estar de maravilla, con todas las comodidades que ni me podía imaginar en un viaje de este tipo. Íbamos a pasar muchas horas en el coche y aunque sabíamos que ir en furgoneta nos iba a resultar cómodo, la verdad es que me hizo una tremenda ilusión llevar un coche 4×4.
Le comentamos a David que queríamos sacar algo de dinero de un cajero y fue lo primero que hicimos, desviarnos del camino para poder conseguir dinero en efectivo, Y menos mal, porque nos hizo falta.
Avanzábamos hacia el Norte escuchando las historias de David, las historias de su vida, de su familia… las historias de su país. Agradecía enormemente poder hablar con él en Español. Agradecí poder, por una vez, explayarme con la gente. Así, íbamos haciendo kilómetros y horas de viaje, un viaje entretenido que se hizo muy corto.
Hicimos una parada en el camino, parada en la que aprovechamos para hacer los primeros tanteos de precios de suvenirs. Dimos un paseo entre la multitud de animales tallados en maderas. ¡Qué maravilla! ¡Qué artistas! Pero lo que más me llamó la atención, lo que siempre me llama la atención, son las pinturas y tiendo a tener que comprar una en cada viaje. Pero aquí, por ahora, me contuve.
No os podéis ni imaginar la cantidad de sensaciones que fui teniendo en el camino. Por el momento, yo que no había visto ni leído mucho sobre Kenia, más allá de su historia pero no había visto muchas fotos ya que quería que todo me sorprendiese, no me podía imaginar una Kenia tan verde, con tanto árbol, tan maravillosa. Según avanzamos y empezamos a ascender a la cordillera Aberdare, cada vez la vegetación se hacía más frondosa, empezamos a ver árboles muy distintos a los que conocemos aquí, flores de colores, vegetación por todos lados y una población muy humilde. Por el momento parecía que aquello nos iba a encantar.
Continuamos el camino y llegamos antes del medio día a nuestro destino, pero no el final, del día. Habíamos llegado al Aberdare Country Club. Podeis leer todo lo que hemos hablado de este hotel en Hoteles en Kenia, Parte II.
Aberdare Country Club.
Hagas como hagas la visita al Parque Nacional Aberdare siempre tendrás que hacerlo de esta forma: llegarás a Aberdare al medio día, y tendrás que ir a uno de los dos centros de recepción. En nuestro caso, al alojarnos esa noche en The Ark, tendríamos que ir a Aberdare Country Club, pero si te alojas en Treetops, llegarías a otro lugar semejante a este. Dentro del Parque Nacional Aberdare solo hay dos lugares para alojarse, The Ark o Treetops, y escogimos The Ark porque su situación es mucho mejor que la del Treetops, además de ser un hotel mucho más nuevo que el otro.
No se puede acceder al parque con tu guía y tu coche, debes hacerlo en el autobús que proporciona el parque. Este autobús sale después de comer, así que pasaríamos unas horas conociendo los alrededores del Aberdare Country Club y aquí mismo nos darían la comida. El Aberdare Country club me encantó. Me pareció que este hotel estaba ubicado en un lugar privilegiado, en una verde colina, con vistas a la cordillera de Aberdare e incluso en días muy despejados (nosotros no tuvimos suerte ya que aunque en este momento lucía el sol, había mucha nube) se puede ver el Monte Kenia, el más alto del país y el segundo más alto de África.
La Zona común del Aberdare Country club, es una casona de estilo inglés, de piedra vista y con soportales donde puedes aprovechar alguna de las tumbonas para descansar y relajarte un rato. Desde aquí puedes observar algunos animales que se pasean a sus anchas por los aledaños del recinto. Pavos, gacelas, «pumbas»… me costaba pensar que estábamos en África y cada vez necesitaba repetírmelo más veces para poder creerlo: «Estábamos en África».
Tanto verde me abrumaba, tanto colorido, un paisaje tan espectacular, que no podía imaginar que esto era África.
Tras los largos paseos por el recinto y despedirnos de David, nuestro guía, que debía de quedarse fuera, nos fuimos a comer.
El buffet de la comida estuvo muy bien y cometí el error de pedir agua para beber. Aquí me di cuenta que era más caro beber agua que beber cerveza, así que, no lo volví a repetir, a partir de este día solo tomé agua en los safaris, dentro de los hoteles le di a la cerveza, y según avanzaba el viaje y lo íbamos disfrutando más, empezaron a aparecer los cócteles y el vino.
El parque nacional Aberdare.
Estábamos en las tierras altas centrales de Kenia, a unos 4000 metros de altitud, y al contrario de lo que me había pasado en Perú con la altitud (lo podeis leer en mi diario) aquí no hubo ningún tipo de muestras del mal de altura. El parque nacional Aberdare, abarca más de 700 kilómetros cuadrados y contiene una cordillera de 75 kilómetros de longitud ubicada a los pies del lago Naivasha y muy cerca al valle del Rift. Su nombre se lo debe a Joseph Thomson, que le puso este nombre en honor a lord Aberdare, que por aquel entonces era el presidente de la Real Sociedad Geográfica, que subvencionaba estas expediciones en África.
Las tierras altas centrales, de las que forma parte el parque nacional Aberdare y el conocido monte Kenia, es la zona más poblada del país y un lugar de grandes cultivos dada la elevada fertilidad de sus suelo, motivado por las abundantes lluvias que nosotros viviríamos en nuestras propias carnes. Esta es la tierra de los kikuyu, la tribu más influyente en política y economía. El actual presidente del país, y los presidentes anteriores, son del pueblo kikuyu, y se ve que David, que también pertenece a este pueblo estaba muy orgulloso de ello. Los kikuyu fueron los que iniciaron la reconquista Keniata y gracias a ellos hoy en día son un país independiente.
Nuestra llegada a The Ark.
Tras la comida ya solo quedaba dirigirse al parque. Nos subimos en el bus. Nos acompañaban unas 15 personas más, entre ellas una pareja de españoles recién casados con los que hicimos muy buenas migas. Además nos los íbamos a encontrar por los parques en los siguientes días.
Entramos al parque y la vegetación se hizo densa. Creo que el concepto de «hotel en el árbol» que utiliza este parque en lugar del típico safari, es muy adecuado, sobre todo porque con tanto árbol, tanta vegetación, encontrar o ver animales, sería toda una aventura. No creo que se viese mucho en un safari normal. Así que lo que hicieron fue colocar un hotel al lado de una charca por donde pasan los animales a beber y desde los 3 miradores que tiene, los puedes observar mientras te tomas una taza de café.
Durante el trayecto, el chófer del autobús, si ve que hay algún animal cerca se para para que puedas disfrutar de las vistas de los animales y puedas sacar fotos. Paramos unas cuentas veces con la presencia de búfalos al lado del camino.
Estaba impaciente. Quería llegar ya. Los búfalos me podían hacer gracia, pero no ilusión. Yo quería ver elefantes. Era la ilusión con la que me había subido en aquel autobús y estaba deseando llegar ya.
El autobús nos dejó en el comienzo de un pequeño sendero de madera, parte del cual se encuentra suspendido entre los árboles. La forma de llegar es maravillosa, porque vas pasando entre árboles y mucha vegetación, con cientos de pájaros muy distintos a los de nuestro país, cuando de repente la vegetación se abre y aparece el hotel. La verdad es que se me dibujó una sonrisa en la cara, mientras ponía un ojo en el cielo. Amenazaba con comenzar a llover. El cielo se ponía cada vez más gris y empezaba a preocuparme.
Al llegar a la entrada de The Ark, el autobús nos estaba esperando para entregarnos nuestras mochilas. Allí nos esperaba un chico que nos ayudó a llevar las mochilas a la habitación y nos indicó cual era la nuestra. Nos sorprendió que en las puertas no hubiese llave, pero bueno, ¿quien nos iba a robar algo aquí?.
La habitación nos pareció pequeña para lo que es este hotel, pero también pensamos en que estarán optimizando el espacio, ya que el hotel no se ve excesivamente grande. Allí llegamos nosotros y unas 15 personas más, se notaba que era temporada baja, así que casi teníamos el hotel para nosotros solos. Lo bueno de esto es que enseguida los conocimos a todos: unos chicos de Kenia, unas alemanas, unos argentinos de luna de miel, con los que también volveríamos a coincidir, unos españoles… En fin, que nos encontrábamos allí como en casa. Podéis leer más sobre este hotel en: hoteles en Kenia, parte II.
Nuestra tarde en The Ark.
Llegó la hora de dejar las mochilas y rápidamente salir hacia los miradores. Aquí ya me di cuenta de lo bonito que es el hotel. Distribuido en tres plantas, con un diseño muy africano, acogedor y muy bonito.
Fue salir al primer mirador y empezar a llover de forma intensa. No me lo podía creer. Haber llegado hasta aquí, haber venido a Africa, tener delante lo que podría ser nuestro primer encuentro con elefantes africanos y estaba lloviendo a cántaros.
Bajamos al mirador de la segunda planta, este no es un mirador como el anterior, al aire libre, en este tenemos una especie de salita acristalada, con un dispensador de café y té y galletas. Así que nos sentamos. Dentro de la mala suerte de estar lloviendo tuvimos la buena suerte de que al ser tan pocos en el hotel, todos teníamos nuestro hueco de sofá y pudimos disfrutar de una merienda con vistas a la charca, en la que dos búfalos peleaban, algún que otro «pumba» correteaba y a lo lejos divisábamos gacelas y otros animales que no conseguíamos reconocer. Pero ¿elefantes? No, nada de elefantes. Al estar lloviendo tienen más agua y no necesitan acercarse tanto a beber.
Este sí que fue el café perfecto.
Seguía triste, la verdad, y quería no estarlo, al menos podía estar allí, pero no lo podía evitar. No quería que lloviese más, quería que los elefantes se acercasen.
Pasamos la tarde de mirador en mirador. Era increíble que lloviendo como estaba lloviendo había multitud de animales en el entorno de aquella charca. Incluso divisamos a lo lejos las primeras hienas. Era asombroso.
De repente la lluvia remitió. Salimos al mirador de la tercera planta. El que está al aire libre. Estábamos solos. Creo que el resto de la gente pensó que lo mejor era descansar. La mayoría de ellos habían llegado esa misma madrugada a Kenia y habían ido a descansar, viendo que la lluvia parecía que no se quería ir esta tarde. Así que teníamos la charca para nosotros solos.
Empecé a decir en alto la mala suerte que teníamos por no poder ver los Elefantes. Asi que Rubén me dijo que tal vez si les llamaba aparecerían. No os lo vais a creer pero empecé a decir en voz alta «Elefantes… elefantes ¿dónde estais?» una y otra vez. Estábamos sacando fotos mientras yo seguía con mi cantinela. De repente, me doy media vuelta y: ¡No me lo podía creer!. Allí, entre los árboles, asomaban unas enormes orejas de elefante. La emoción fue tan grande, tan abrumadora, que me entraron ganas de llorar. Empecé a decirle a Rubén en voz baja, como para que no se asustasen: «los elefantes, los elefantes, ahí vienen…» y mi sonrisa de oreja a oreja que ya no se me quitó en toda la tarde.
Había visto a los elefantes incluso antes que el que está de guardia, y al cabo de un rato sonó el pitido que indicaba la presencia de este gran mamífero. Bajamos al mirador que nos quedaba más cerca de ellos. Ya había más gente que los había descubierto y allí estábamos en completo silencio observando como, poco a poco, se nos iban acercando. De repente giraron y continuaron su camino alrededor de la charca y se nos pusieron justo delante del mirador acristalado. No parábamos de sacar fotos. En un mirador, en el otro… bajamos al bunker que hay en la parte de abajo, a pie de la charca, y así estuvimos el resto de la tarde hasta que nuestros amigos decidieron continuar con su camino.
Nosotros aprovechamos, en un momento en mitad de la tarde, para salir a dar un paseo por el exterior de The Ark, donde vimos cantidad de pájaros muy raros para nosotros. Después supimos, que una gran cantidad de gente viene a África a fotografiar pájaros en lugar de a lo que veníamos nosotros: a observar leones, elefantes, rinocerontes… en resumidas cuentas, a ver a los 5 grandes de África.
Había dejado de llover y tímidamente asomaba el sol, lo que nos dejaba unas fotos maravillosas. Al final y después de todo, África nos estaba sonriendo y Kenia nos estaba dejando sus mejores caras.
Al anochecer, lo elefantes y los búfalos, dejaron paso a otros animales y aparecieron las jinetas atigradas y quieras que no, la noche también tiene sus atractivos.
Nos fuimos a cenar, compartiendo cena y vino con unos chicos con lo que seguiríamos coincidiendo el resto del viaje. Después de la cena hicimos algunas observaciones más, tomamos un té a la luz de la lumbre en aquel salón tan bien decorado y nos fuimos a dormir, con la certeza de que esa noche no sonaría el timbre que anuncia la presencia de animales en la charca, ni una sola vez, como así fue.
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Si quieres leer el diario completo: 19 días en Kenia y Tanzania.
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