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Día 5
Diario Uganda en 14 días

Día de tránsito y visita a los pueblos de Uganda

Hoy era un día muy especial para nosotros. La mayoría de los viajes por Uganda, desde que se visita Murchinson Falls, deciden, en un día de viaje, ir directamente a Kibale. Nosotros queríamos ver los pueblos de Uganda, queríamos sentir la realidad del país, y es por ello por lo que decidimos, que nuestro viaje a Kibale desde Murchinson Falls lo haríamos en dos días y no en uno. Nuestro primer día de viaje lo invertiríamos en pasear por los pueblos de Uganda, por sus mercados, por sus playas, por sus calles, y mezclarnos con la población local. El segundo día lo invertiríamos en hacer una ruta a pie por la zona pantanosa de Bigodi y llegar a dormir a los pies del Parque Nacional Kibale.

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Nos despedimos de Murchinson Falls.

Hoy no teníamos que madrugar mucho. El día no lo teníamos muy apretado y no teníamos un horario fijo para estar en ningún sitio, así que tuvimos un un desayuno tranquilo, mirando como los antílopes pastaban en el jardín del hotel. Nos daba pena irnos del Pakuba Safari Lodge. El entorno era tan bonito que nos costaba tener que partir. Pero estábamos seguros de que otras aventuras nos depararían y era el momento de cambiar de tercio. Por el momento hoy visitaríamos los pueblos de Uganda, veríamos por primera vez, en todo su esplendor, el Lago Alberto y nos dirigíamos al sur, más cerca de Kibale y el Parque Nacional Queen Elisabeth. Así que también teníamos ganas de seguir con el viaje.

Salimos de Murchinson Falls despacio. Todavía teníamos tiempo para despedirnos de las jirafas, el animal más representativo de este parque. Estábamos impresionados. Las había por todos los lados y cada poco teníamos que parar.

Llegamos hacia las 10 de la mañana Paraa, donde debíamos cruzar en el trasbordador. Como llegamos con tiempo, dimos un paseo mientras de fondo, sonaba la música que salía de los instrumentos de unos locales. Era un momento maravilloso, con ese paisaje espectacular, que tanto nos llamaba la atención de Uganda.

De camino hacia Butiaba.

Butiaba, un pequeño pueblo en la rivera del Lago Alberto, era nuestra primera parada del día de hoy.  Nuestro destino final era llegar a Hoima, la capital de Bunyoro y donde se encuentra el palacio del kabaka. Hasta ese momento nos quedaban todavía unos 170 kilómetros que recorrer y algo más de 4 horas solo de coche. Así que, nos iba a llevar el día entero. Cómo así fue.

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En el camino nos volvemos a sorprender con ese inscribe paisaje, de color verde intenso, roto por el color anaranjado de los caminos ugandeses. En el entorno de la carretera seguíamos viendo como la gente vive alrededor de ella. Los pueblos de Uganda, esos encantadores pueblos de casas de paja y barro, riegan todo el paisaje. La gente yendo y viniendo y dejándonos imágenes tan ilustrativas como estas.

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Voy concentrada en todo lo que veo. Me llama tanto la atención el colorido de Uganda por lo que no puedo dejar de mirar. No solo por su paisaje, sino por la ropa de las mujeres, tan llamativas, que contrastan tanto con el entorno. Creo que Uganda, es un país feliz, en líneas generales. Y me está gustando tanto que no sé ni como contarlo.

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La llegada al Lago Alberto.

Había llegado el momento. Llegábamos al Lago Alberto. Gilbert aparcó el coche y desde allí divisábamos, entre palmeras, el Lago. Nuestros ojos ponían la vista sobre este Lago, a donde había llegado en 1864, Samuel Baker y Lady Florence. En algún punto al Sur de Butiaba, Baker divisó por primera vez el Lago Alberto, que lo describió de un modo muy distinto a como lo veríamos nosotros 155 años después.

Corrí hacia la cima. La gloria de nuestro premio estalló de repente ante mi. Abajo, como un mar de mercurio, yacía una gran extensión de agua, el horizonte de un mar sin límites por el sur y el suroeste, brillando al sol del mediodía; y hacia el oeste, a una distancia de cincuenta o setenta millas, montañas azules se levantaban desde el seno del lago hasta unos dos mil metros por encima de su nivel»

Samuel Baker, 1864

Me acerqué rápidamente a la orilla. Tenía ganas de ver con mis propios ojos aquel gran lago del interior de África que tantos ríos de tinta habían corrido por él. No tanto como sobre el Lago Victoria, pero no nos engañemos, los grandes Lagos Africanos fueron durante años los grandes buscados. Hoy me encontraba frente a él, frente a la inmensidad del lago, con el agua oscura que incitaba a pensar en su gran profundidad. Al fondo, no muy lejos de aquí, se divisaban las montañas de la República Democrática de el Congo.

Los niños de Butiaba.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos. Allí estaban, un par de niños pequeños y una niña adolescente. Venían a recibirnos, con su enorme sonrisa. Había llevado una bolsa llena de bolígrafos, con intención de dejarlos en la escuela de los pueblos de Uganda que visitábamos. Pero ya nos había dicho Robert que las escuelas en esta época estaban cerradas, así que mi intención era dársela a los niños. Así que saqué mi bolsa y le dí uno a cada uno, sin saber que después los niños nos seguirían a todos los lados.

En Butiaba nos recibió un guía local, un chico de uno de los pueblos de Uganda que íbamos a visitar. Él nos serviría de guía y por tanto a él le preguntamos que hacer con lo que habíamos llevado. Nos dijo que era mejor repartirlos después, pues eran muchos niños y había que hacerlo de forma que todos tuviesen uno.

Empezamos a caminar por la playa, dirección al centro del pueblo Butiaba mientras intentábamos escuchar lo que el guía tenía que contarnos. Era prácticamente imposible. En nada tuvimos a un montón de niños que nos rodeaban. Querían jugar, sacar fotos, verse en las fotos, mirar nuestras uñas pintadas, tocarnos el pelo, tocarnos la cara… disfrutamos con sus sonrisas, con sus risas, y con sus juegos. Nos acompañaron durante todo el trayecto por la playa. También sabían que llevaba una bolsa con bolígrafos, así que tuve que acabar dándosela al guía local para que lo gestionase el mismo. Yo no me veía capaz.

Butiaba, un lugar de película.

Hoy en día, Butiaba es un pueblo pesquero, una calle de casa bajas, una playa al lado del lago Alberto, donde vemos unas cuantas barcas pesqueras pequeñas. Pero hubo un tiempo donde Butiaba tenía un gran puerto pesquero, era un lugar llamativo y por ello aquí se rodaron muchas escenas de películas como La Reina de África en 1951 de Jonh Huston, con Humphrey Bogart y katherine Hepburn (que por cierto se alojaban en el Hotel Masindi, por donde habíamos pasado hacía dos días).

Varios años después, en 1954 Ernest Hemingway pasó una temporada aquí, donde sufrió dos accidentes. Uno sobrevolando las cataratas Murchinson y días después volvió a sufrir otra accidente aéreo en la zona. De su aventura en Butiaba obtuvo información suficiente para algunos de sus libros, pero sobre todo, sufrió dos accidentes que le marcaron el resto de su vida.

¿Y qué provocó que Butiaba no se mostrase como lo que fue o lo que pudo ser? Poco después de la independencia de Uganda, en 1962, hubo un periodo de grandes lluvias que hizo subir el nivel del agua del Lago Alberto. Esto hizo que se hundiesen prácticamente todos los barcos y así se terminó aquel proyecto de gran ciudad y gran puerto.

Un paseo por el centro de Butiaba.

Cuando llegamos al final de la playa, encontramos una pequeña calle que nos llevó al centro del pueblo. Butiaba no es más que una calle muy ancha, a lo largo de la cual se distribuyen algunas tiendas, puestos de comida y hasta una barbería. En la calle es donde tiene lugar la vida de Butiba. Los niños nos siguen, con risas, pero ya saben que les daremos al final del camino los bolígrafos y ahora nos dejan un poco más tranquilos. Hacen el camino jugando.

En nuestro camino por el interior del pueblo, analizamos el vivir de la gente. Este es el momento que más me gusta de estos viajes, cuando realmente observas el ir y venir de la población, como viven, como comen, y verles en su día a día. Es por ello, que independientemente del país en el que estemos, del continente, siempre me gusta ir a los mercados, porque es donde mejor se puede observar como vive la gente. Aquí no pasamos por ninguno, pero tendríamos tiempo de hacerlo.

Cuando llegamos al final del pueblo, ahí estaba Gilbert esperándonos con el coche. Nos despedimos de algunas de las personas que nos había presentado nuestro guía local en el camino, les dejamos gran parte de los bolígrafos y lapiceros, y nos subimos al coche. Era momento de continuar el camino. Hoy, nos tocaba comer de picnic en algún lugar al lado del Lago Alberto. 

Camino a Kibiro.

Este es el pueblo donde nació nuestro guía, así que nos iba a llevar a su pueblo, conocer a parte de su familia y sus amigos, a presentarnos al alcalde y a mostrarnos cómo viven y de qué viven.

En el camino, nos quedamos con la boca abierta al ver el paisaje de Uganda. Llegamos a un alto, desde el cual tenemos unas preciosas vistas del Lago Alberto, de su inmensidad, de los pueblos de Uganda, de su rivera y de las montañas del Congo, allá al fondo. Esta si es la imagen que yo creo que visualizó Samuel Baker cuando llegó a esta zona y bautizó al lago como Lago Alberto. En sus escritos habla de llegar a una colina, de como visualizó la inmensidad del lago, de como bajaron corriendo la colina, y como llegaron al lago. Algo así debió de ser lo que él vio en su día.

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La llegada a Kibiro.

En Kibiro nos encontramos con una situación muy distinta a la que vivimos en Butiaba. Si allí los adultos pasaban de nosotros, no querían fotos, no entablaban  mucha conversación, pero los niños venían a nosotros, en Kibiro fue todo lo contrario. La gente adulta, aunque en algunos casos con mucha vergüenza, sí querían hablar con nosotros. Se les veía interesados y contentos con  nuestra presencia, mientras que los niños corrían en dirección contraria. No querían vernos, incluso los bebes lloraban al vernos. En Kibiro, al contrario de lo que ocurre en Butiaba, no pasan muchos turistas, no tienen muchas visitas, y los niños no están acostumbrados a la presencia del hombre blanco.

Aparcamos el coche al lado de una de las casas. Casas de techo de paja y construidas con barro. Algunas son más modernas, otras intuyo que son como las que había hace más de 100 años, cuando el explorador Baker llegó a la zona.

Salimos del coche con nuestro paquete de pic nic, y el dueño de la casa nos sacó sillas para sentarnos. Todo un detalle la verdad. A cambio nos sacamos fotos con la familia, que querían tener un recuerdo. Habíamos notado ya que nosotros sentíamos interés por la gente del pueblo, pero la gente del pueblo sentía interés por nosotros. Con sus sencillos móviles nos sacaban fotos, y grababan algún vídeo de nuestro paso por allí.

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Iglesia del pueblo
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una de las primeras casas

Un paseo por Kibiro.

Kibiro es un pueblo de casas dispersas y muy humilde. Le hicimos una breve visita al alcalde del pueblo, que nos dio la bienvenida y donde tuvimos que firmar en el libro de visitas del pueblo. No había muchas, no mucha gente se decide a recorrer la difícil carretera de acceso a Kibiro. Desde Hoima, a unos 35 kilómetros de distancia, se tarda más de hora en llegar.

Tras esto visitamos la casa de la mama de nuestro guía y nos enseñó como era la cocina y como se producía la sal, aunque tendríamos tiempo de ver, como más detenimiento como consiguen este producto.

Las condiciones geológicas de  Kibiro.

Si Butiaba vive de la pesca, Kibiro lo hace de las minas de sal, aunque también es un pueblo pesquero. Minas por llamarlo de alguna manera, y ahora os cuento el porqué. El sistema es tan llamativo que se ha convertido en Patrimonio Mundial de la Unesco.

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Estamos en el Valle de Rift, aquel Valle del Rift que ya habíamos divisado en nuestro paso por Kenia, y donde os contábamos como esta zona de África se está rompiendo en dos. Allí el desnivel del Valle del Rift era más evidente que aquí, pero aquí la actividad geológica (los jardines de sal y las aguas termales) hace que el pueblo de Kibiro pueda vivir de ello.

Kibiro pertenece al reino de Bunyoro y desde siempre han considerado que la producción de sal es una de sus principales modos de vida. En Kibiro no se cultiva, por lo que todo el mundo, sobre todo mujeres y niños, trabajan en la producción y comercialización de sal, mientras que los hombres se dedican a la pesca. Con la sal, Kibiro obtiene sus ingresos extras, que les permite adquirir aquellos productos que no tienen.

El entorno geológico de Kibiro le hace especialmente propenso para la producción de sal. En Kibiro llueve menos que en el resto de sus pueblos de Uganda vecinos, esto es por su ubicación, que le hace tener un microclima cálido (entre 22 y 29 grados todo el año) y poco lluvioso. El terreno además tiene muy poca tierra, y fundamentalmente es pedregoso, lo que lo hace poco viable para el cultivo, pero muy propicio, por todo ello, para la producción de sal. 

La producción de sal en Kibiro

Cuando llegamos a las minas de sal nos quedamos absortos. Yo, personalmente, no me había podido imaginar cómo podía haber una mina de sal aquí o cómo la podían producir. Cuando lo vimos, no me podía creer como habían conseguido sacar sal de un lugar donde aparentemente no parece haberlo. El trabajo que realiza esta gente aquí es increíblemente duro, y el precio que sacan por la sal es ínfimo, por lo que aunque en un principio nos habían regalado un poco de sal, decidimos devolverlo al ver la dureza del proceso.

¡14 días! 14 días es lo que tardan en sacar 6 kilos de sal.

Resumiendo, el proceso es el siguiente. Esta zona, es zona salina, debido a las aguas termales que brotan del subsuelo. Este agua mantiene húmedo el terreno. Se rocía con tierra seca todo el suelo, por la mañana, y durante el día, la buena temperatura del lugar, y el sol casi constante, hace que se seque, y que la sal salga a la superficie. Todo los días, al final del día, se retira la tierra, con la sal del suelo, raspando. Al día siguiente se vuelve a realizar el proceso y así, durante 14 días.

Cuando han pasado 14 días es de suponer que la tierra contiene la sal suficiente para poder conseguir una buena cantidad. Se mete la tierra en barreños, barreños que tienen un agujero en el fondo. Se hace pasar agua por aquí, de forma que el agua salga con la sal. Una vez que tienen un barreño de sal, este se hierbe hasta que se retira toda la sal, que se va colocando en una especie de conos. Así es como finalmente consiguen sacar la sal de la tierra.

Aguas termales de Kibiro.

La producción de sal de Kibiro se puede realizar debido a las aguas termales salinas. Nos acercamos a ver por donde sale el agua, agua caliente, a unos 100 grados, y salina. Como de la nada, en las faldas de la colina, surge un borbotón de agua caliente. Los ciudadanos de Kibiro tienen la creencia de que este agua, bebida en caliente, o en frío, tiene propiedades curativas. Así que nuestros dos guías en aquel momento, Robert y nuestro guía local, cogieron una botella de agua para beber. Nosotros no lo hicimos, por precaución, aunque Rubén quiso llevarse una botella que finalmente acabé tirando.

El paseo por Kibiro nos encantó. Para mi fue uno de los momentos más especiales del viaje, por ser algo distinto, nada turístico y por haber llegado a un lugar donde no llegan muchos viajeros. Eso sí, aquí los niños no se te acercan, los bebes lloran cuando te ven, y los adultos sienten vergüenza, sobre todo las mujeres. Los hombres sí que sienten mucha más curiosidad y son los que más conversación entablan.

Finalmente nos alegramos de haber pasado este día entre la población local de los pueblos de Uganda.

Nos vamos a Hoima.

Volvemos a la carretera. Nos vamos a Hoima que es donde pasaremos la noche.

Al entrar en Hoima volvemos al barullo de las ciudades. Aunque la ciudad no se parece en nada a Kampala, ni siquiera a Entebbe, Hoima es una ciudad como tal, y por ello volvemos a sentirnos inmersos en la algarabía típica africana. Entramos en Hoima, estaba anocheciendo, y todo el mundo estaba en la calle. Mercados abiertos, gente vendiendo lo que fuese, puestos de comida, actividad festiva ¿pero que día es hoy? «Es viernes», me contestan. Claro, es por eso, hoy puede que celebren, como nosotros, el fin de semana.

Pasamos por delante del Palacio de Bunyoro, residencia de los reyes, que actualmente no tienen ningún tipo de reconocimiento político, pero sí cultural. El reino de Bunyoro, y su último rey Kabarega, fue uno de los reinos más persistentes y fueron los últimos en caer bajo el dominio británico. Su rey kaberega, fue un rey tiránico y así nos lo contó Gilbert. Aunque sí nos contaba la historia de sus reyes y sus reinos, en ningún momento salió a colación la llegada de los Británicos. No sabemos muy bien el porqué.

Kaberaga era el rey que gobernaba en Bunyoro antes de que este pasase a dominio británico. Instruyó un ejército de más de 20.000 hombres con los que combatió a la tropa egipcia en 1872, al mando de Samuel Baker (en el segundo viaje que hizo a esta zona, tras haber visto el Lago Alberto, y divisar por primera vez por un hombre blanco las Murchinson falls). Samuel Baker fue derrotado en aquella batalla. (Os lo conté en: Murchison Falls

Años después, la llegada de los británicos al mando del General Lugard (del que os hablé en Ziwa Rhino Sanctuary) Kaberaga volvió a desplegar su ejercito, con él al mando y en primera línea de batalla. Se mantuvo independiente  a base de combatir con dureza durante más de 7 años y fue el único reino que subsistió durante tanto tiempo a los ataques de Gran Bretaña.

Hoima Cultural Lodge.

En Hoima, escogimos para pasar la noche, el bonito hotel Hoima Cultural Lodge, que nos pareció un auténtico oasis en medio de tanto jolgorio que divisamos en la calle. Allí no se oía nada, parecía que estábamos en medio del campo. El hotel está formado por varios bungalows perfectamente decorados y, siguiendo con lo que veníamos observando en todos los hoteles por los que pasamos, nos sorprendió muchísimo porque no nos lo esperábamos tan bonito.

Un paseo por Hoima.

Tras hacer el check in en el hotel, nosotros 3 (Rubén, Carmen y yo) decidimos ir a dar un paseo por Hoima mientras el resto se duchaba. Necesitábamos sacar algo de dinero porque al no aceptar tarjeta en muchos sitios y haber tenido que pagar la conexión a internet en efectivo, pensábamos que nos íbamos a quedar cortos. Aprovechando que estábamos en una ciudad decidimos ir al centro y sacar en un cajero. Y así hicimos.

Fue un paseo rápido, pero la verdad es que el ambiente que había en Hoima invitaba a la fiesta. Al final regresamos rápidamente al hotel, queríamos ducharnos y teníamos que cenar. Ya era completamente de noche cuando regresamos.

Bailes tradicionales en Hoima.

Tras la cena, tuvimos una actuación de bailes tradicionales. Era la primera vez que los veíamos y nos quedamos impresionados. No se como aguantan tanto movimiento, tanto ímpetu, tanta fuerza,… durante tanto tiempo. Nos mostraron distintos tipos de bailes durante una hora aproximadamente y tras esto sacaron a gente a bailar. Como no, Rubén fue uno de ellos.

Tras este momento festivo, tomando un café caliente porque hacía bastante frío en Hoima de noche, nos fuimos a dormir. Había sido un día don muchas emociones y vivido con mucha intensidad. Tocaba descansar.

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